El papel de los carnívoros como policía sanitaria

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El lobo ibérico (Canis lupus signatus) tiene un gran valor como elemento del patrimonio natural, histórico y cultural de Sierra Morena. Pero también tiene un valor económico que quizás no sea tan fácilmente apreciable, ya que desarrolla un papel básico en el equilibrio del ecosistema.

El lobo es un depredador carnívoro, cuya dieta se basa en la caza de ungulados silvestres. Suelen elegir como alimento aquellos individuos que perciben como vulnerables: los animales más viejos, aquellos que tienen alguna enfermedad. El motivo de que los lobos se lancen a la caza de estos individuos es que para ellos supone un menor esfuerzo (y menor gasto de energía) cazarlos.

A pesar de preferir este tipo de presas, el lobo es un animal que se adapta con gran facilidad a distintas situaciones y hábitats, por lo que no tiene ningún problema en adecuar su dieta a las condiciones del medio. Así, si en la zona en la que habita una manada aumenta por cualquier motivo la población de roedores, no dudarán en cazarlos y volver a su dieta habitual de ungulados cuando la población adquiera sus niveles normales. A menudo ejercen de carroñeros y consumen restos de animales muertos. Como curiosidad, en épocas de escasez de alimento se puede observar a lobos alimentándose de vegetales, como pueden ser frutos silvestres. E incluso tienen la capacidad de capturar peces.

Desequilibrios en la cadena trófica

Las poblaciones de depredadores superiores en un determinado ecosistema no suelen ser muy numerosas, lo que puede llevarnos a pensar que su desaparición no tendría un gran impacto en el mismo. Pero hay ejemplos de que, a largo plazo, la desaparición de una especie de su hábitat puede tener graves consecuencias. Se suele pensar que estos depredadores tienen el único papel de controlar las poblaciones de herbívoros. Y aunque es cierto que ejercen un control directo sobre las mismas, también influyen de manera indirecta en el tamaño de las poblaciones de pequeños carnívoros, denominados mesodepredadores. Al ser su competencia natural por el alimento, los lobos tienden a controlar el número de pequeños carnívoros en una zona, de ahí la depredación sobre perros, por ejemplo.

Por lo tanto, si se elimina a un gran depredador de un ecosistema, aumentan las poblaciones de mesodepredadores y ungulados, y se elimina el control de enfermedades. El impacto del aumento de estas poblaciones en su hábitat se dejará notar con el paso del tiempo.

La labor del lobo en el ecosistema

Ya hemos visto cómo los depredadores desarrollan un importante papel en el mantenimiento del equilibrio del ecosistema. En el caso del lobo, alguno de los procesos que regula son los siguientes:

Control de la población de presas: La sobrepoblación de ungulados puede tener un impacto devastador sobre los bosques de los montes de Sierra Morena. El territorio puede soportar como máximo a un número determinado de individuos. Si la población sobrepasa ese número, su hábitat no será capaz de producir el suficiente alimento para todos. Estos, sin embargo, seguirán alimentándose de cualquier rastro de vegetación disponible, comprometiendo la regeneración del arbolado. Si hay menos plantas, la erosión aumenta y se podrían perder las capas más superficiales de los suelos, lo que reduciría su fertilidad en años venideros.

Control de problemas sanitarios: tanto en la fauna silvestre como en el ganado, ya que al predar sobre los individuos silvestres enfermos, reduce las enfermedades que se transmiten entre ellos o a los animales domésticos.

Mejora de los trofeos de caza: al eliminar aquellas presas débiles o enfermas, la calidad del reservorio genético de los ungulados de la zona será más alta. A la larga, los animales más sanos se reproducirán entre ellos, dando como resultado una población genéticamente mejor. Esto es evidente en lugares como la Sierra de la Culebra, en Zamora, donde cuentan con los mejores trofeos de ciervo en espacios abiertos del país. Esto podría tener un impacto económico en los cotos de caza de Sierra Morena.

Como conclusión, podemos afirmar que los grandes depredadores son indispensables para el mantenimiento de un ecosistema, por lo que es necesario que aprendamos a coexistir con ellos. De lo contrario, su desaparición podría tener un impacto en los paisajes, la vegetación y la sierra tal y como la conocemos.